Palabra Del Aliento Para Bendecirte Hoy

Palabras de Aliento

El soldado agonizante
Por Dwight L. Moody

El valor del nuevo nacimiento. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). 

Luego de la batalla de Pittsburg Landing, yo estaba en un hospital en Murfreesboro. En medio de la noche me despertaron y me dijeron que un hombre en una de las alas del edificio quería verme. Fui a él y me llamó "capellán" –yo no era el capellán– y dijo que quería que le ayudara a morir.
– Yo lo tomaría en mis brazos y lo llevaría al reino de Dios, si pudiera, pero no puedo hacerlo, no puedo ayudarlo a morir –le dije al pobre hombre.
– ¿Quién puede ayudarme? –preguntó.
– El Señor Jesucristo, Él vino con ese propósito –testifiqué.
– Él no puede salvarme, –dijo sacudiendo su cabeza– he pecado toda mi vida.
– Pero Él vino para salvar a los pecadores.

Pensé en su madre que estaba en el norte, y estaba seguro que ella estaba preocupada por saber que él moriría en paz; entonces decidí que me quedaría con él. Oré dos o tres veces y le repetí todas las promesas que me acordaba, porque era evidente que en unas pocas horas, partiría.
Le dije que quería leerle una conversación que Cristo tuvo con un hombre que estaba preocupado por su alma. Busqué el capítulo 3 de Juan. Sus ojos se posaron sobre mí, y cuando llegué al verso 14 y 15 –el pasaje ante nosotros– captó el significado de las palabras: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".
Él me detuvo y me dijo:
–¿Está eso allí?
Cuando le respondí afirmativamente, me pidió que se lo leyera de nuevo, y así lo hice. Dobló sus codos apoyándose sobre la cama, y cruzándose de brazos dijo:
– Eso es bueno; ¿puede volver a leerlo?

Lo leí por tercera vez, y proseguí hasta finalizar el capítulo. Cuando terminé, sus ojos estaban cerrados, sus manos juntas y había una sonrisa sobre su rostro. ¡Cómo se había iluminado! ¡Qué cambio! Vi sus labios murmurar algo temblorosos y, reclinándome sobre él le oí decir en un susurro casi imperceptible: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".
Luego abrió sus ojos y dijo:
Está bien, no lea más.
–Estuvo unas horas más recitando en voz baja esos dos versículos, y entonces ascendió en una de las carrozas de Cristo a tomar su lugar en el Reino de Dios.
Cristo le dijo a Nicodemo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3).

Usted podrá ver muchos países, pero hay una sola nación –la tierra de Beula, la cual John Bunyan vio en una visión– que nunca contemplará, a menos que nazca de nuevo, regenerado por Cristo. Usted podrá mirar a lo lejos y ver muchos árboles hermosos, pero al árbol de la vida nunca lo verá, a menos que sus ojos sean iluminados por la fe en el Salvador. Podrá ver ríos cristalinos sobre la Tierra –podrá navegar sobre su seno– pero sepa que nunca descansará sobre el río que fluye desde el trono de Dios, a menos que usted nazca de nuevo. Lo ha dicho Dios, no el hombre.

Nunca verá el reino de Dios si no nace de nuevo. Podrá ver los reyes y señores de la Tierra, pero al Rey de reyes y Señor de señores no lo verá jamás, a menos que nazca de nuevo. Cuando esté en Londres podrá ir a la Torre y ver la corona de Inglaterra, que vale miles de dólares, y está custodiada por soldados, pero tenga en cuenta que sus ojos nunca se posarán en la corona de vida si no nace de nuevo.

Lo que se perderán los que no nazcan de nuevo
Usted podrá escuchar los cantos de Sion que se entonan aquí, pero un cántico –el de Moisés y el Cordero– el oído incircunciso nunca escuchará: su melodía solo alegrará los oídos de aquellos que han nacido de nuevo.
Usted podrá mirar las preciosas mansiones de los ricos aquí en la Tierra, pero sepa que esas mansiones que Cristo ha ido a preparar nunca las verá, a menos que nazca de nuevo. Es Dios quien lo dice. Usted podrá ver diez mil cosas bellas en este mundo, pero la ciudad de la cual Abraham tuvo una vislumbre –y desde aquel momento se convirtió en un extranjero y peregrino– nunca la verá, a menos que nazca de nuevo (ver Hebreos 11:8, 10-16).

Quizás algunas veces lo inviten a banquetes y bodas aquí, pero nunca asistirá a la cena de las bodas del Cordero, si no nace de nuevo. Es Dios quien los dice, querido amigo. Usted podrá mirar el rostro de su santa madre esta noche, y sentir que ella ora por usted, pero llegará el tiempo en que ya nunca más la verá, excepto que nazca de nuevo.

Tomado del libro: El camino hacia Dios